jueves, 24 de marzo de 2016

EL UNIVERSO JURÁSICO DE SPIELBERG Y DE CRICHTON




Para los que somos fans de las bestias prehistóricas de la Era Secundaria desde la infancia, es indudable que la idea popularizada por Michael Crichton en su libro "Jurassic Park" (Editorial Alfred A. Knopf, 1990, EUA) y llevada a la pantalla por Steven Spielberg (Amblin Entertanmeint) en 1993, significó una auténtica revolución. En efecto, se trataba de reeditar la "Dinomanía" a niveles de fiebre. En primer lugar se terminaba con los viejos argumentos sobre dinosaurios supervivientes en remotos parajes perdidos, ya agotados y del todo inverosímiles (a menos que se descubra realmente un dinosaurio superviviente, claro). Por otro lado estaba el realismo impactante en las reconstrucciones digitales y en la interacción de los personajes reales con ellas. De hecho el gran público convirtió a la novela de Crichton en un best-seller, y a la película de Spielberg en un éxito de taquilla (además de ser laureada con 3 Premios Oscar de la Academia).
Michael Crichton basó su historia en las teorías de algunos expertos paleogenetistas, como George Poinar y Roberta Hess. No obstante el verdadero autor de tal idea fue el escritor Charles R. Pellegrino. A sugerencia de éste, Crichton habría elaborado una trama en la cual científicos biogenetistas clonan dinosaurios a partir de ADN extraído del interior de insectos hematófagos prehistóricos conservados en ámbar. Los animales clonados eran exhibidos en un zoológico gigantesco construido en una isla remota.
La fuerza de la novela de Crichton estriba no solamente en la forma original en que está escrita y estructurada, sino en el hecho de que su idea tiene alguna base científica. Es bastante interesante leer el debate que se desató precisamente a partir de la aparición de la novela y, sobre todo, de la película. Los opinólogos se dividieron en dos grandes bandos: el de los que se oponen a la clonación de dinosaurios y el de los que ya están reservando los boletos para estar en primera fila el día que clonen a uno. Dentro de los opositores encontramos a muchos detractores de la ciencia desprovista de ética y escrúpulos, pero también a serios científicos que aseguran que clonar a un dinosaurio es imposible o, al menos, casi imposible. Es más o menos como la reedición del debate respecto a si las máquinas más pesadas que el aire podían volar. La historia de los avances científicos y tecnológicos está llena de esas imposibilidades que existen hoy en día.
Por otro lado está la espectacular película estrenada en 1993. A pesar de que muchos opinan sobre las imperfecciones de la teoría de la clonación de dinosaurios basandose en lo que se ve en la película y no en lo que se explica con lujo de detalles en el libro, lo cierto es que el único fuerte del film de Spielberg es la novedosa técnica de animación empleada para dar vida a los dinosaurios. El impacto visual que produjo fue contundente. Parecían dinosaurios auténticos. Crichton, encargado del guión del film junto con Davis Koepp, hizo lo que pudo  por mantener destellos deslucidos del rico y complejo argumento de su novela.
El éxito rotundo de la fórmula cinematográfica de Spielberg condenó a toda la seguidilla de películas que se hicieron posteriormente. Pero también influyeron no muy positivamente en el propio Michael Crichton. A pesar de que el escritor se negó al principio a escribir una continuación de su éxito original, debió ceder a la presión de sus fans y del propio Spielberg. En 1995 Ballantine Books publica "The Lost World", la novela que sería la continuación o una secuela de "Jurassic Park". Se inspira en la novela homónima de sir Arthur Conan Doyle. Si bien las críticas fueron en su mayoría elogiosas, lo cierto es que la novela no está a la altura de su predesora. Tiene el mérito de no ser una repetición argumental, pero es cierto que tampoco aporta mucho a lo que se expuso en la novela de 1993. No pasa de ser un entretenido y liviano tecno-thriller, o una novelita de aventuras que se aparta totalmente de los temas profundos tratados en "Jurassic Park". Las discusiones sobre la Extinción que sobrevuelan en la novela son inconducentes y vanas. A un suspicaz observador no se le puede escapar que es del todo inverosímil que rebaños enteros de cientos de dinosaurios (un apatosaurio solo pesa más que un rebaño de elefantes, por ejemplo) puedan desarrollarse y convivir en un islote durante varios años. En este sentido la novela "The Lost World" pierde el peso de verosimilitud científica que sustenta el argumento de "Jurassic Park".
En 1997 se estrenó la versión cinematográfica de la segunda novela de Crichton, nuevamente dirigida por Steven Spielberg. Se la llamó "The Lost World: Jurassic Park". Pero esta vez Crichton no estuvo en la elaboración del guión, sino que David Koepp quedó a cargo del mismo. El resultado fue una lastimosa versión donde toda posibilidad de un argumento más o menos inteligente quedó supeditado absolutamente al imperio de los efectos especiales. Si el espectador quería ver dinosaurios asombrosamente reconstruidos la película es una verdadera orgía visual donde los monstruos y sus bocas llenas de dientes ocupan toda la pantalla. Los seres humanos quedan reducidos a manadas de alimañas tratando, sin éxito, de no ser devorados por los nuevos amos absolutos de la cadena alimentaria. A pesar de todo la película funcionó nuevamente. El éxito de taquilla fue enorme (fue la primera película en ser estrenada en más de 4.000 salas). Digamos que, en lenguaje puramente cinematográfico, Spielberg introdujo un guiño de cuño propio. En efecto, al igual que en "Jurassic Park" se deslizó alguna que otra parodia a "King Kong", en "The Lost World: Jurassic Park" se añadió la escena final con el tiranosaurio atacando personas en San Diego como un guiño a la película de 1925 (adaptación de la novela de sir Arthur Conan Doyle "El Mundo Perdido") donde un brontosaurio corre por las calles de Londres.
En 2001 se lanza una tercera película llamada "Jurassic Park III". A pesar del nombre en realidad es una secuela de la segunda película "The Lost World: Jurassic Park". Spielberg como productor ejecutivo delega la dirección en Joe Johnston. Curiosamente el tratamiento de los personajes humanos es mucho más "humanitario" que en la película anterior. Y los raptores son presentados como algo más que asesinos despiadados. De todos modos el sesgo "spielberguiano" es notorio: los efectos visuales dominan ampliamente y la inverosímil isla Sorna se puebla con nuevos dinosaurios haciéndola aun más inverosímil.
En 2015 aparece la cuarta película de la franquicia: "Jurassic World". Dirigida por Colin Trevorow, producida por Steven Spielberg, resultó un nuevo rotundo éxito de taquilla, rompiendo toda clase de récords en ese sentido. Tal fenómeno confirma el éxito de la simple fórmula de Spielberg: sus dinosaurios revivividos por efectos especiales computarizados atacando seres humanos. En ese sentido la película vuelve a la "deshumanización" o minimización de lo humano frente a los monstruos jurásicos que se devoran la pantalla (y también el argumento). El último éxito de Spielberg (a través de Trevorow) retoma la idea del parque de diversiones con dinosaurios, pero se desvía peligrosamente hacia argumentos típicos de películas clase B (utilización con fines militares de los dinosaurios, monstruos producidos por manipulación genética). Por otro lado la película carece completamente de suspenso, sorpresa, magia o cualquier truco inteligente capaz de producir algun mínimo de emoción.
Mientras el universo jurásico de Spielberg se convierte en un monstruo taquillero capaz de arrasar con todo, lo cierto es que algunos de quienes disfrutamos de ver dinosaurios tan perfectamente reconstruidos (a pesar de inexactitudes e incluso gruesos errores señalados por expertos paleontólogos) también echamos de menos la lamentable decadencia de lo argumental. Después del impacto de la primera película realmente no se ha hecho nada inteligente con el guión en las secuelas posteriores. Crichton dejaba sobrevolar en su novela que "des-extinguir" dinosaurios era una fascinante idea pero abría una caja de Pandora de tal magnitud que haría considerar a la ciencia que lo mejor habría sido dejarlos extintos. Una vieja crítica a la idea humana de jugar a Dios sin considerar las consecuencias de tales actos. Spielberg, por el contrario, sacrifica todo posible indicio de profundidad por una descarnada superficialidad visual. En definitiva comete el pecado fundamental de Hammond: se sienta sobre lo que idearon otros y se dedica a facturar el producto logrado utilizando avances tecnológicos.

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